
Por Raigan Nawel
En un país donde el deporte de alto rendimiento aún se percibe como un pasatiempo, y la discapacidad suele asumirse como un límite, surge una figura que desafía ambas ideas con la fuerza del agua, la tierra y el viento: Katherine Nahuelcura, una atleta mapuche que no solo compite en una disciplina, sino en tres al mismo tiempo. Desde Viña del Mar donde vive, corre, pedalea y nada en los exigentes terrenos del triatlón, desde donde interpela los prejuicios, las estructuras institucionales y los techos de cristal que aún pesan sobre quienes viven con una discapacidad.
El pasado 6 de abril, Katherine logró un hito en Laguna Piedra Roja de Colina, al consagrarse como ganadora del Americas Triathlon Cup & South American Triathlon Championships con un tiempo de 1:23:09, dejando atrás a todas sus competidoras. Pero su verdadero triunfo no está solo en la meta, sino en el camino que recorrió para llegar a ella. Un camino hecho de diagnósticos inciertos, entrenamientos solitarios, falta de apoyo institucional y, por sobre todo, convicción.
No esconder, sino revelar
Desde niña, Katherine recibió un diagnóstico claro: síndrome de Charcot-Marie-Tooth, una neuropatía degenerativa que afecta la motricidad y sensibilidad. Pero ni siquiera entonces se asumió como una persona limitada. “Nunca me sentí con discapacidad”, recuerda. “En la infancia me empujaban porque caminaba lento, pero mis padres me hicieron sentir que era un diamante, que nadie podía pasar por mí”.
La clave no fue negar su diferencia, sino habitarla con dignidad. Pudo haberla escondido encerrándose en su dificultad, pero Katherine decidió lanzarse a la piscina, donde descubrió su primera pasión: la natación. Luego vinieron el ciclismo y, por último, el trote, la parte más difícil, la que más revela su discapacidad. “Cuando era chica daba tres pasos y me caía. En clases de educación física nunca me fue bien. Pero ahora, aunque todavía me cuesta, ya no sufro tanto. Es un proceso que no ha terminado”.
Una atleta Piedra/jaguar
Su historia no es la de una becada por el sistema, ni la de una protegida por grandes auspiciadores. Katherine entrena con sus propios medios, se costea los traslados y articula sus horarios laborales para poder asistir a competencias. Aún debe sumar puntos para clasificar al Sudamericano de Lima 2027, y luego convencer a la Federación Chilena de que valide su participación con el cupo oficial.
Esa desigualdad de condiciones no la desanima. La enfrenta con una decisión que nace de lo profundo. “A mí me enseñaron que siempre se puede trabajar para lograr las cosas. Si hay algo imposible, no te podría decir que sí”.
Esa convicción ancestral la guía en cada paso. Su apellido –Nahuelcura: “piedra-jaguar”– es símbolo de fortaleza. Como cuenta su padre, Alejandro, “Katherine nunca se rindió. Siempre se jugó por sus colores. No falla en un entrenamiento. Está lista para dar lo mejor de sí. Eso es un verdadero deportista. Un poco loco, quizás, pero comprometido al 100%”.
Una identidad que empuja
Katherine no compite sólo por sí misma. Su camino está íntimamente ligado a su identidad mapuche, que abraza con fuerza y que ha explorado desde niña. No es casualidad que haya sido elegida como protagonista de un documental de la Universidad de Playa Ancha, donde relata cómo su historia está tejida por el deporte, el esfuerzo y el amor a su cultura.
Para ella, el agua no es solo una prueba deportiva, sino un espacio espiritual: “Es como estar en un proceso de gestación”, dice. Y con esa imagen, revela que su cuerpo –tan distinto, tan resiliente– está siempre en proceso de transformación.
Cambiar el hábitat, no al ser
Lo que muestra Katherine es otra forma de habitar la discapacidad. No se trata de encajar en una norma, sino de crear las condiciones para que las personas florezcan desde su singularidad. El problema no está en el cuerpo, sino en los entornos que no están diseñados para acompañarlo, ni en lo material ni en lo simbólico.
Su ejemplo nos llama a repensar los modelos de inclusión. A entender que no basta con abrir espacios: hay que transformar los hábitats sociales, investigar, comprender, ofrecer oportunidades reales y valorar la diferencia como una fuente de sabiduría.
En un país donde se sigue celebrando lo homogéneo y lo funcional, Katherine Nahuelcura aparece como una grieta luminosa, una excepción que no debería ser tal. Su historia no es solo de superación personal, es también una denuncia política y cultural sobre lo que aún nos falta por construir.
El verdadero triunfo está en ganar medalla que actúen como herramientas capaces de crear las condiciones asumiendo frustraciones, pero para convertirlo en un desafió que aplaque las resignaciones donde muchos puedan intentarlo.