
Es una cara inútil que no rinde cuentas ni muestra resultados. Así lo afirma el Gvlmen José Antiñir al referirse a un proceso estatal chileno cuyos sucesivos gobiernos han buscado un «nuevo trato» con la nación mapuche, pero que en la práctica solo ha servido para reunir información de inteligencia. «El Estado de Chile se niega a reconocer a las autoridades ancestrales. Solo busca administrar el conflicto sin resolverlo», señala Antiñir, miembro del Parlamento de Autoridades Ancestrales Pu Kuifike Lonko Gvlmen ñi nütram y máximo representante de la Corporación Küre Ülmen, ente administrativo surgido desde los territorios.
Por más de un año, la Comisión Presidencial para la Paz y el Entendimiento ha operado con presupuesto estatal, con generosos honorarios, oficinas, viáticos y un relato que prometía ser la antesala de un pacto histórico entre el Estado chileno y el pueblo mapuche. Sin embargo, hasta hoy su aporte tangible al entendimiento sigue siendo más promesa que realidad. El informe final, que debía ser la síntesis de un trabajo profundo, plural y transformador, simplemente no llega. Y no por falta de tiempo, sino por falta de resultados.
No se habla con el dueño de casa
Si algo ha conservado la funcionalidad mapuche es su orgánica ancestral. Los lonko han sido y siguen siendo los líderes naturales, y a ellos se han sumado otros roles con funciones de vocería. Sin embargo, «el gobierno de Chile entra sin permisos a los territorios y elige a quien más le parezca para aceptar el discurso estatal. Y, aun así, no hay avance. Van varias prórrogas solicitadas y el país mapuche sigue esperando la llegada de una buena relación que siempre debió existir con los chilenos», recalca Antiñir.
Mientras tanto, millones de pesos siguen saliendo del erario público para financiar a una comisión que, en la práctica, ha hecho poco más que entrevistar a actores cuidadosamente seleccionados. Ahí radica otro de los grandes vacíos de este proceso: la representatividad.
Las entrevistas realizadas por la comisión, lejos de reflejar la complejidad y diversidad del mundo mapuche, parecen responder a un criterio de comodidad política. Muchos de los líderes entrevistados no cuentan con reconocimiento ni legitimidad dentro de sus comunidades. Y quienes sí poseen esa legitimidad —los que viven la realidad del conflicto en el Wallmapu, los que han alzado la voz frente a los abusos históricos y contemporáneos, los que quieren cambiar el paradigma y combatir la pobreza con trabajo y desarrollo industrial— no han sido invitados.
No es confiable ni transformadora
El problema de fondo es que la comisión no se ha ganado su legitimidad. «En ningún momento los lonko fueron convocados de manera digna a conversar, cuando hay mucho que dialogar. La Autoridad Nacional Ancestral Mapuche ofrece los principios del Tratado de Tapihue de 1825 para establecer una relación justa, pero en su lugar, la comisión prefirió el diálogo del café y las galletas, un servicio donde se gastan importantes sumas de dinero sin resultados concretos», puntualiza Antiñir.
Desde la perspectiva mapuche, la comisión no es vista como una instancia confiable ni transformadora, sino como otro intento institucional por administrar el conflicto sin abordarlo de raíz. «Es otra mesa más con discursos de buena crianza, pero sin impacto real en la vida de las personas ni en la relación entre el Estado y la nación mapuche», enfatiza la autoridad de hacienda del pueblo milenario.
Se suponía que esta comisión vendría a descomprimir un conflicto arrastrado por décadas. Que sería un punto de inflexión. Pero su actuar errático, su lentitud, su falta de representatividad y el millonario costo de su funcionamiento la han convertido en todo lo contrario: un símbolo más de la desconexión del poder político con las verdaderas demandas territoriales y culturales del pueblo mapuche.
La relación entre Chile y la nación mapuche, quebrada tras la traición y ocupación de Wallmapu en 1883, no necesita más diagnósticos ni informes. Necesita decisiones y un plan de desarrollo social y económico real. Y necesita que quienes lideren estos procesos lo hagan con humildad, con rigor y con verdadera voluntad de cambio. Mientras tanto, la Comisión para la Paz sigue existiendo… pero sin paz ni entendimiento.
Por Huenumil Caniqueo