
Mientras el mundo presume de “transiciones verdes”, en Wallmapu las transnacionales continúan saqueando sin freno, con una voracidad respaldada por un Estado ocupante (Chile) y sus instituciones, que carecen de la voluntad o fortaleza para negociar acuerdos justos. En este contexto, el proyecto hidroeléctrico de Statkraft en el río Pilmaiquén es el emblema perfecto de una “energía limpia” disfrazada de progreso, pero cimentada en el despojo.
Statkraft, empresa estatal noruega, se presenta como un modelo de sostenibilidad. Sin embargo, en la práctica, es una operadora de alto impacto que pretende intervenir lo sagrado de las abundancias naturales, bajo métodos destructivos que solo generan pobreza y vulneración de derechos territoriales y espirituales. Con su avance, arrasa ecosistemas únicos y perpetúa una lógica extractivista que hace mucho dejó de ser tolerable. Pilmaiquén no es solo un río: es la memoria viva del Wallmapu, una fuente de equilibrio y espiritualidad para el pueblo mapuche. La cosmovisión ancestral impide reducir su existencia a la fría racionalidad del mercado. Si los ríos son concebidos únicamente como “recursos”, cualquier pacto de desarrollo carece de sentido si no se considera el compromiso con los Ngen Mapu, guardianes y ordenadores de las riquezas de la tierra.
El aval financiero de la violencia
La violencia no siempre se manifiesta con balas; también se ejerce a través de contratos, estudios de impacto ambiental manipulados, decretos administrativos y créditos millonarios. Detrás de cada proyecto hidroeléctrico hay bancos que lo financian. ¿Quién respalda económicamente a estas transnacionales? Son entidades que se proclaman “responsables” y “comprometidas con el desarrollo sostenible”, pero que en la práctica tienen las manos manchadas de despojo y devastación.
Estas instituciones financieras —nacionales e internacionales— son cómplices activos del ecocidio en curso. Sin sus créditos, sin su aval financiero, sin sus estudios de “riesgo”, Statkraft no podría mover una sola piedra en el Pilmaiquén. Hoy, más que nunca, es imperativo desnudar esta red de poder: los Estados que entregan el territorio, las empresas que lo destruyen y los bancos que lo financian.
Los veredictos de los Ngen Mapu
El pueblo mapuche ha resistido por siglos, y Pilmaiquén no será la excepción. Las comunidades movilizadas, guiadas por sus estructuras y autoridades tradicionales, han dejado claro que este proyecto no pasará. No habrá hidroeléctrica sin represión, criminalización y violencia, porque este territorio no está en venta ni en silencio.
Ya no bastan discursos de buena voluntad ni promesas de “mitigación”. Lo que está en juego es el futuro de un pueblo y la dignidad de una tierra. Wallmapu no necesita represas ni energía para el mercado. Necesita respeto, reparación y autonomía. Si los bancos realmente quieren hablar de sostenibilidad, deben comenzar por retirar su financiamiento de estos proyectos de muerte.
Las fuerzas de la tierra juzgarán estos actos; los espíritus levantarán sus tribunales para corregir el daño. Y cada uno recibirá un veredicto justo según su responsabilidad. Las compañías usureras enfrentarán las consecuencias de su codicia, y las comunidades que permanezcan inactivas ante este saqueo también deberán rendir cuentas. En Pilmaiquén, la conexión espiritual es clave, y fortalecer la convicción en su defensa requiere disciplina y compromiso. Quienes asumen la resistencia recibirán el agradecimiento de los Ngen Mapu; quienes prioricen los intereses del capital, enfrentarán el juicio de la tierra. Y en Pilmaiquén, tarde o temprano, habrá evidencias de esos veredictos.
Por Raigan Nawel